Frase enarbolada en la marcha peronista, se abre el debate, frente a la fragilidad económica expresada en esta pandemia, si la batalla contra los generadores de empleo y las restricciones a las categorías de empleo “no esenciales” es la mejor manera de cuidar vidas y activar la economía.

El FMI estima la caída de la economía regional en un 5,2% por encima del 3% previsto para la global, presagiando una nueva década perdida para la región. 

Latinoamérica es la región más desigual del mundo, donde el 10% más rico en América Latina concentra el 37% de los ingresos y el 40% más sobre recibe apenas el 13%.

La ONU advierte sobre el riesgo de que el COVID-19 dispare los índices y aparezca un 35 % más de pobres en la región.

Así, los gobiernos de LATAM enfrentan el enorme desafío de proteger vidas y al mismo tiempo limitar los impactos económicos que podrían generar situaciones muy complejas en todos los órdenes, incluyendo estallidos sociales, turbulencias políticas fuertes y un viraje de la región hacia sistemas político-económicos más radicalizados y populistas. 

En estos escenarios, el núcleo central de la generación económica, queda desvalida, sin posibilidades de recuperarse en el corto plazo y con presiones estatales que las ponen al borde de la desaparición. ¿Es ese el camino correcto para propiciar la reactivación?

Las restricciones a la circulación de las personas y los confinamientos intermitentes, están golpeando duramente a muchos sectores de la industria que representan -aunque variable- entre un cuarto y un tercio de todos los trabajos. A medida que las empresas pierden ingresos, el desempleo aumenta considerablemente, lo que transforma una perturbación en la oferta en una perturbación en la demanda aún más extensa para la economía. Millones de trabajadores que a menudo carecen de protección laboral y que no disponen de un apoyo financiero adecuado, quedarán sumidos en la pobreza, empeorando los ya de por sí elevados niveles de desigualdad. ¿El impacto es solo económico o también impacta en la salud?

El mundo ha puesto el ojo en solo unos pocos indicadores: casos positivos, R, decesos, segmentos etarios, edad promedio del deceso, camas de terapia intensiva ocupadas vs libres, Q test vs. positivos. Sin embargo, hay una serie de indicadores que el mundo NO está mirando y que podrían significar no solo un 35 % más de pobres en la región sino también decesos adicionales por otras causas derivadas del impacto social y económico.

Las cifras atemorizan y advierten de un camino complejo donde la asistencia será un factor clave para acompañar a las familias que caerán en la pobreza, pero también abre la inquietud para volver sobre los pasos del pasado y tomar inspiración. Si el objetivo es la inclusión económica, donde el eje se centre en la generación de empleo, la asistencia es la herramienta que suele quedar corta. Es necesario ofrecer a quienes caigan en la pobreza o a quienes ya están un programa escalonado de crecimiento económico y asistencia social temporal. El impulso del estado aumenta el peso sobre la población económicamente activa. ¿Cuál es la medida de resistencia?

Argentina con una presión fiscal altísima (de las más altas del mundo) repartida en más de una centena de impuestos no ha logrado grandes avances porqué habría de lograrlo ahora. La estrategia de aumentar impuestos y controlar precios está vencida. Es imperioso desarrollar algo nuevo. Más creativo. Más inteligente. Parte del camino es la transparencia, la confianza, y ayudar a la explosión de la economía privada (no artificial) para que genere riqueza de manera saludable y equitativa en nuevos escenarios de comercios responsables.