Los analistas se cansaron de elogiar y pronosticar el futuro integrado sin fronteras. De pronto, la explosión pandémica deja al desnudo realidades complejas que fragmental en mundo con políticas, intereses y deseos dispares, descontando las desigualdades extremas.
Global vs. local, esa es la nueva dicotomía que nos deja frente a los ojos impertérritos de la población mundial. Se trata del fin del tan mentado proceso de globalización?
La tendencia a la desglobalización de ninguna manera es nueva, pero un pequeño virus fue suficiente para causar caos en los mercados (al menos por un corto periodo de tiempo), pánico en el comercio, el turismo y la vida cotidiana, demostrando la fragilidad de la globalización y acelerando los procesos que comenzaron antes de la pandemia.
Desde un punto de vista político, económico y cultural, la crisis del coronavirus seguramente llevará a regresar a los Estados nacionales.
Está probado ya que en una situación que amenaza la vida, la única forma de protección que todos invocan es la nacional y la de los lazos primigenios y comunitarios de las “economías de aldea”. No la de entidades supranacionales. En medio de todo ello aunque el Covid es un producto de la globalización, al mismo tiempo es testigo y acelerador de la crisis de la globalización misma.
Mirar atrás para adelantar
Las grandes pandemias han cambiado el mundo. Tan viejas como la humanidad, las pestes han sido capaces de matar economías y modificar sociedades. En 430 A.C., durante la guerra contra Esparta, Atenas fue azotada por una epidemia que causó pánico y provocó la muerte de un tercio de la población a la vez que evaporó la fe en las instituciones y en los valores sagrados. Sin embargo, según los historiadores, sus consecuencias no fueron del todo negativas. La democracia demostró ser más fuerte que la enfermedad y en vez de derrumbarse, su sistema evolucionó y se fortaleció.
En el siglo XIV, la peste negra azotó Asia, Europa y África, amenazando todo el orden mundial. La enfermedad se propagó por todas las rutas del comercio de la seda, y se estima que Europa perdió cerca de un tercio de la población. No obstante, paradójicamente, esa pandemia terminó convirtiéndose en el catalizador del triunfo de Occidente.
En 1918, la gripe “española” mató entre 50 a 100 MM de personas, cerca de la tercera parte de la población mundial, constituyendo el peor episodio pandémico del mundo moderno. Todo esto sumado al hecho que ocurrió a continuación de la 1ra guerra mundial. La crisis económica que le siguió fue sin dudas muy fuerte. Sin embargo, y aunque no ha sido posible establecer si fue la guerra o la pandemia, o ambos en conjunto, a continuación se produjo una sensible reducción de las desigualdades sociales y una mejora sensible en la vida de los trabajadores.
Las vibraciones emocionales
Se apresta un nuevo escenario, donde se enfrentan la sensibilidad social con la seguridad individual que, a su vez, involucra los opuestos de globalidad y localidad.
Por un lado, la puesta en valor del semejante. Lo humano, los afectos y la empatía por el otro; la unión para salir adelante expresados en símbología propia como «#yomequedoencasa» o «#deestasalimosjuntos»; cuidarse uno para cuidar al otro. Lo individual se entrelaza con lo colectivo. Resignar cosas por el bien común: solidaridad (con los médicos, los vecinos, los mayores, el repartidor, el que recoge la basura); aplausos y otros gestos (comida, saludos, conversación) y revaloración de los espacios y entornos más íntimos.
En paralelo, aparece el semejante como amenaza. Desde el temor al contagio, desconfianza en las interacciones, esta en suspenso de “la empatía” frente al riesgo individual, la protección de los entornos más cercanos frente al resto del mundo, el hogar como refugio frente al afuera ”peligroso”.
Si bien ahora las fronteras físicas están más marcadas, nunca antes se estuvo digitalmente tan conectado. Lejos de cumplirse las “profecías” de Zizek, la creatividad y el ingenio de las personas se renuevan y cobran fuerza, hasta en las categorías que se creían que más iban a tardar en recuperarse. Miles de teóricos está explicando cómo la vida local y en comunidad cobra mayor relevancia en detrimento de los consumos globales.
La limitación de consumos globales físicos no tiene el mismo efecto en internet. El avance de la hiperculturalidad continúa en las redes sociales. Ahora los consumos culturales abren sus puertas al mundo. Con las enciclopedias millones de personas, tuvieron acceso al conocimiento. Con internet, otros millones se permitieron conocer el mundo. Gracias a COVID-19 se asiste a otra revolución de conocimiento global porque se libraron miles de contenidos como nunca antes en la historia y, de pronto, ver una obra del National Theatre Británico ya no es un imposible.
Esta redistribución de las preocupaciones humanas y de la construcción de las naciones en nuevos grupos que van desde las bubble travel a las fronteras cerradas, pero también de la revalorización del comercio local a la accesibilidad de conocimiento, abre un estilo de globalización que pone en jaque al modelo conocido. Lo que quedan hoy son múltiples interrogantes: cómo se convivirá en el futuro? Quedarán alojadas en la memoria colectiva términos como la solidaridad o la empatía? Permanecerán los deseos de interconectividad planetaria o se retornará a una visión de aldea próxima que reencuentre la experiencia del abrazo físico? La única respuesta cierta es que el orden global será otro, íntegro o no, está por verse.